lunes, 17 de diciembre de 2012

JAPONESES

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Ishinomaki. Reloj detenido a las 3:37, hora del tsunami del día 11 de marzo de 2012

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Yoshihiko Noda dejará de ser primer ministro de Japón. Su formación, el Partido Democrático de Japón, ha perdido las elecciones. A pesar de su impopularidad, hasta hace poco las encuestas no mostraban inclinación definitiva del voto en su contra. Aunque la opinión de los japoneses no es precisamente voluble, todo tiene un límite.

Es importante tener presente el contexto en el que se forma esta opinión. El tiempo y la demoledora crisis que atravesamos han diluido de nuestras memorias no japonesas la imagen de las ciudades arrasadas por el tsunami de marzo de 2011, y luego la catástrofe nuclear. Pocas naciones hubieran soportado aquellas cifras inconcebibles de destrucción y muerte. A esto debe añadirse la recesión económica y el golpe moral tras descubrir que tanto el gobierno como los responsables de la gestión de las instalaciones nucleares dañadas fueron incompetentes y que mucho de lo ocurrido pudo haberse evitado.

Barcos varados en el centro de la ciudad de Ishinomaki
Aquellos días pasamos muchas horas recorriendo las zonas afectadas, y cada uno de esos días lo que descubríamos no dejaba de sorprendernos; tanto el profundo grado de destrucción de los edificios como el drama personal que casi 20.000 muertos y desaparecidos dejan tras de si. En este tiempo pudimos compartir momentos y conversaciones impagables con el que fue nuestro guía en aquel periplo, Gonzalo Robledo. Residente en Japón desde hace muchos años, marido, padre y abuelo de japonesas, documentalista excepcional, sus reflexiones fueron una ayuda imprescindible para empezar a entender aquel escenario tan ajeno a nuestra cultura y desarrollar correctamente el trabajo.

Nos contaba Gonzalo que el japonés es un devoto de las normas bien cumplidas. "¿Quieres ver a un japonés satisfecho? Entrégale las instrucciones explícitas que debe seguir para que todo funcione bien. Eso le hará feliz. Emplearán todo el tiempo del mundo en asegurarse de que las normas son las adecuadas, pero una vez decidido esto, nada les hará desviarse de su compromiso". Obviamente, esta sentencia simplifica mucho la complejidad de cualquier sociedad humana, pero es cierto que el pueblo japonés se puso en marcha como un reloj, se organizó, antepuso la recuperación y guardó el tiempo de duelo para el descanso tras la reconstrucción inmediata. Esto pudimos verlo a cada paso. Nadie, absolutamente, tocó una pertenencia ajena. Todos colaboraron sin fiscalizaciones ni vigilancias.

Recuerdo especialmente el día que llegamos a Minami Sanriku. Desde lejos, lo que había sido una bonita localidad costera parecía el cúmulo de escoria de un aserradero. Los preciosos edificios japoneses construidos en madera estaban reducidos a un conglomerado de astillas entre las que asomaban indistintamente la proa de alguna embarcación, el capó de un coche machacado o el fragmento de algún tejado desprendido de su casa. Eran escombros, ni siquiera ruinas. Y entre aquellos pedazos deambulaban hombres y mujeres en una inconcebible búsqueda de enseres y trazas de su vida antes de la desgracia.
Ese día supimos hasta qué punto el japonés respeta el protocolo y la cortesía. Detenidas junto a uno de los amasijos de madera triturada, dos mujeres buscaban entre los restos. Con una sonrisa en la cara nos atendieron amablemente y nos contaron que eran hermanas y que no sabían nada de su padre desaparecido, y con la misma expresión en el rostro, nos relataron como su madre pereció ante sus propios ojos. Quedamos estupefactos.
Vecina de Minami Sanriku cuyos padres desaparecieron tras el tsunami

No sabíamos si se trataba de autocontrol, frialdad, o el estado de shock tras la tragedia. Japón no es un país tercermundista en el que el hábito de la guerra y la miseria hace cotidiana la mención de la muerte. Hacía poco más de una semana, estas mujeres vivían pacíficamente en una de las sociedades más sofisticadas y civilizadas del mundo. Y ese día, tras una pérdida tan terrible, tuvieron presencia de ánimo para mostrar suficiente cortesía ante esos extranjeros que habían llegado para interesarse por su desventura.

Tal entereza no fue puntual ni aislada. Conocimos decenas de casos parecidos, familias desposeídas de todo, que en los pocos metros cuadrados que les asignaron dentro de un refugio iniciaron con enorme dignidad la reconstrucción de sus vidas. En Sendai, Niigata, en Tokio, en Ishinomaki, todos nos atendieron con sencillez y agradecimiento por nuestra presencia. Esta fortaleza se manifestó entonces en cortesía sobrepuesta al dolor de la tragedia. Imagino que se trata de la misma fuerza y determinación que hizo al pueblo japonés emprender las tristes acciones militares que lo hundieron, y que posteriormente les permitió resurgir tras ese hundimiento.

Éste es el pueblo que acaba de elegir como nuevo primer ministro a Shinzo Abe, líder del Partido Liberal Democrático. Abe ha encontrado eco en su propuesta conservadora y su campaña ha cabalgado además sobre el fervor con el que líderes más radicales como Shintaro Ishihara han encendido a los votantes. Un pueblo fuerte que amaga con abrazar ideales nacionalistas y la reformulación de su lugar en el mundo.

El desengaño y frustración prolongados pueden convertirse en una ratonera cuya única salida sea la huida hacia adelante a través de la autoafirmación nacionalista. No es un fenómeno ajeno a la historia reciente -el siglo XX es un buen ejemplo-. La incógnita es saber en qué se traducirá esta reafirmación. Hoy, los conflictos territoriales que China, Japón y Corea del sur mantienen en sus fronteras compartidas se han convertido en fenómenos mediáticos y en escaparate por tanto de la autoridad de esas naciones ante sus ciudadanos y ante la comunidad internacional. El desembarco de un puñado de activistas, cualquier insignificante victoria o derrota, se convierten en acciones aplastantes tras el paso por millones de televisores. A falta de intervenciones bélicas, la agitación social se traduce en llamadas al boicot económico hacia las empresas de una u otra nacionalidad, con el perjuicio consiguiente para todos en un sistema globalizado.

¿Cuáles son las líneas rojas que nadie debería atravesar? ¿En manos de quiénes está la prerrogativa de trazar y respetar esos límites?




viernes, 7 de diciembre de 2012

Dias en Corea del Norte


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15 de abril de 2012. Militares norcoreanos aguardan el inicio del desfile bajo el palco de Kim Jong Un


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Emitido en los telediarios de TVE en abril de 2012

ACTUALIZACIÓN DEL POST PUBLICADO EL 7-12-2012

Esta mañana, día 12 de diciembre, Corea del Norte ha colocado su primer satélite en órbita. Los países vecinos llevaban semanas en alerta ante el anuncio de Pyongyang de volver a lanzar un cohete con este propósito tras repetidos fracasos desde 1998. Según los primeros informes, el ensayo ha tenido éxito y las fases del cohete han caido respectivamente sobre el mar Amarillo y el mar de Filipinas tras sobrevolar la isla de Okinawa. Aunque Japón no ha derribado el artefacto, tal y como amenazó con hacer, Tokio y Seúl han convocado reuniones de urgencia. 
El gobierno norcoreano defiende su derecho a realizar este tipo de pruebas alegando que sus fines son pacíficos, pero existe una tensión no resuelta desde el enfrentamiento de las dos Coreas -sin armisticio y en suspenso desde 1953- que no ha disminuido. Un escenario en el que el bando contrario de aquel conflicto sigue temeroso de una acción militar radical.  
El pasado lunes Pyongyang anunció que retrasaría la fecha del acontecimiento hasta final de mes, pero esta mañana y por sorpresa el cohete Unha-3 ha despegado con éxito. Ha ocurrido exactamente igual que la última vez, en abril, un lanzamiento sin previo aviso. Pero en aquella ocasión, pudimos contarlo in situ. Viajamos a Corea del Norte y aunque no vimos ni rastro del cohete, fue una experiencia singular.

CRONOLOGÍA DE LANZAMIENTOS NORCOREANOS

POST DEL 7-12-2012

Abril de 2012 fue la última ocasión en que Corea del Norte anunció a bombo y platillo el lanzamiento de un cohete con fines pacíficos, o al menos eso decía el titular de intenciones. Sin demasiadas dudas, los gobiernos de los países circundantes entendieron un único mensaje: la capacidad de poner en órbita un satélite significa que los norcoreanos poseen tecnología balística sofisticada, tanto como para colocar una cabeza nuclear dentro de un radio de acción que pondría en jaque a cualquier potencia que les hiciera frente. Un aviso a navegantes. Para dar difusión al evento, el gobierno de Pyongyang concedió a un grupo de medios de comunicación extranjeros la rara oportunidad de entrar en el país para dejar constancia. Entre los afortunados, pudimos contarnos representantes de tres medios españoles, Tele 5, El Mundo y Televisión Española.

Estas autorizaciones ocurren de vez en cuando, pero con una frecuencia tan escasa que cada ocasión se convierte en una oportunidad singular de contemplar de cerca esa puesta en escena, de acercarse a la muchedumbre de norcoreanos que aclaman a su líder agitando ramos de flores, y mirarles a la cara, escrutar sus miradas, su asombro, su alegría, su miedo, en la escasa profundidad de un momento obligatoriamente fugaz. En Asia, lo epidérmico sucede a un ritmo muy diferente de lo profundo -por eso los españoles tardaron en hacer buenos negocios en China y Japón- pero las limitaciones de tiempo no dejan otra alternativa.

Nada más aterrizar, nos confiscaron los teléfonos móviles y nos organizaron en grupos por idiomas. Luego nos asignaron un guía que estuvo pastoreándonos más que otra cosa, cuidando de que no nos desmandáramos del rebaño. Había estudiado en Brasil y hablaba castellano con un exótico acento portugués. Siempre nos preguntamos si el trópico y sus licencias habrían hecho mella en él, pero salvo el acento cantarín, parecía muy sólido en sus convicciones. Incluso vigilaba para que en nuestras traducciones constara correctamente el título obligatorio para referirse a Kim Jong Un: "Gran Líder Camarada". Finalmente, el objeto de nuestra visita, cubrir el lanzamiento del cohete, se frustró. Una mañana nos encontramos con que el lanzamiento había tenido lugar sin que nadie nos avisara. Luego supimos que fue un fracaso y que el proyectil se precipitó al Mar Amarillo tras un corto vuelo en dirección sur.

La prueba fallida no pareció afectar a los adustos norcoreanos que gobernaban la visita. En realidad, el cohete fue el cebo para atraer una presencia mediática ante la que desplegaron un programa de festejos descomunal que incluyó la inauguración de una gigantesca estátua del recientemente fallecido líder Kim Jong Il, padre del actual líder Kim Jong Un, e hijo del líder fundador Kim Il Sung.

El evento se celebró en Mansudae, la colina consagrada al culto de esta dinastía de dirigentes comunistas -es un contrasentido, pero así es- y hasta el último momento no tuvimos ni idea de qué se trataba. Superado el fiasco del lanzamiento nos convocaron en el hall del hotel donde estábamos alojados. Sin más información, nos pusieron en fila india y tras un examen exhaustivo que incluyó hurgar en el maquillaje de las compañeras periodistas, apuntar las cámaras hacia un extraño detector que al parecer identificaba radiaciones agresivas, y desmantelar los equipos hasta la última pieza, nos pusimos en marcha a bordo de autobuses.

Ya de camino, circuló el rumor de que lo que íbamos a presenciar era una inauguración. El vehículo se detuvo en lo que parecía un parque. Apresuradamente, salimos para ocupar buenas posiciones cualquiera que fuera la cosa que nos mostraran. Cargados de equipos, trípodes, cámaras, objetivos, muchos kilos de metal al hombro, empezamos a correr hacia donde nos indicaban. Subimos una loma. Nos dan el alto. Los policías discuten y luego uno de ellos nos obliga a dar marcha atrás. Volvemos a correr. Una absurda competición contra nosotros mismos. Militares y policías no escondían sus risas viéndonos resoplar. Colina abajo, colina arriba. Cruzamos una plaza. Seguimos por un sendero y llegamos a una plataforma de hormigón. Nada a la vista salvo grupos de norcoreanos ataviados con sus trajes típicos. Funcionarios y militares
Efigies cubiertas de Kim Jong Il y Kim Il Sung en su inauguración
vestidos de gala se mueven en apretadas filas como figurantes bajo el extraño skyline de Pyongyang del que los pocos occidentales que viven en la capital nos dicen que es un decorado de edificios vacíos. Una vez instalados nos vuelven a mover, lo cual supone desmontar cámaras, plegar pesados trípodes y empacar accesorios. Tras otra carrera extenuante, llegamos a la cima de la "colina monumento" y allí pudimos atisbar dos moles de grandes dimensiones ocultas bajo una tela descomunal. Eran la estatua de Kim Jong Il junto a la efigie pareja de su padre, Kim Il Sung.
Los días siguientes fuimos testigos de una gran puesta en escena cuya preparación debió tomar más días que el diseño del propio cohete, motivo inicial de nuestra visita. Asistimos a un desfile militar en la Plaza Kim Il Sung de Pyongyang, y a un acto en un estadio de deportes absolutamente repleto de soldados, cuyo sincronizado saludo convertía las gradas en superficies vivas. El lugar también había sido bautizado con el nombre del fundador de la saga, cuyos retratos inundaban la ciudad.

También nos llevaron de paseo. Pudimos visitar el metro de Pyongyang, excavado a 120 metros de profundidad con el fin de darle uso como refugio antinuclear. El descenso por las escaleras mecánicas se hacía interminable.

Escalera mecánicas del metro de Pyongyang. 120m de profundidad

En los túneles del metro, cuyas bóvedas decoradas me recordaron mucho al metro de Moscú, pudimos entrevistar a algunos ciudadanos. Estaban orgullosos de su país, y sobre todo de su líder, cuyo nombre mencionaban reiteradamente. Los niños querían ser militares y luchar contra los americanos, y los padres agradecían su suerte. El discurso era mecánico, pronunciado con una sonrisa indudable, pero sus ojos huían fugazmente buscando la aprobación del funcionario que escuchaba. En ese instante diminuto, se hallaba escondido un miedo seco y negro. Los prejuicios me hacían combinar ese eco amargo con algo levemente destartalado en sus ropas holgadas, la tez demasiado curtida para una ciudad, las manos algo embastecidas, incluso las de las mujeres. Mis prejuicios son las imágenes de nuestros antiguos emigrantes, de la posguerra, de la pobreza vieja de nuestras tierras del sur. Es un miedo que en nuestras sociedades se lee en los libros, casi un recurso poético de canción protesta que no adorna mal cierta estética. Pero ese miedo, en las pupilas de un ser humano real, impresiona mucho. Las personas libres pueden ser pobres, y temer la muerte, incluso caer un desánimo irreversible. Pero eso no es comparable al miedo monosílabo del que no ha conocido la esperanza. Esa misma zozobra también estaba escondida en los rostros de los civiles que en los desfiles agitaban ramos multicolores para aclamar al líder supremo. En Corea del Norte, muchos individuos tristes construyen una multitud sonriente. 

Productos occidentales en una tienda de Pyongyang
Pudimos curiosear en un supermercado repleto de productos occidentales, a precios occidentales, y absolutamente vacío, salvo dos clientas que aparecieron ataviadas con el traje típico coreano de gala como si fuera su vestimenta diaria. A nuestras preguntas sobre la razón de aquel establecimiento, el guía simplemente se encogía de hombros. Los caramelos valían casi como el sueldo de un norcoreano de a pie.
Durante la parada militar pudimos oir en primicia la voz de Kim Jong Un. Era la primera vez que sucedía en público. Cuando oir la voz de un líder político es un privilegio, una de dos, o es un sabio, o es el remedo de un faraón, con el ridículo que eso supone. La infantería marcaba un paso de la oca extremo, en el que los zapatos llegaban a la altura de las barbillas. La sincronía era milimétrica. Miles de soldados latiendo al unísono. Cada paso era un trueno. Cañones, carros de combate, misiles. Y la multitud sonriente de coreanos tristes al fondo gritando la grandeza de su líder. 
Militares norcoreanos atienden al discurso de Kim Jong Un en el estadio con el nombre de su abuelo

Obviamente, éstas son opiniones e impresiones subjetivas; se apartan de la senda periodística y del aporte de datos contrastados, salvo la experiencia propia. Por eso las vierto en un blog. Aún así, se trata de percepciones muy limitadas, siempre restringidas a una porción pequeña de un universo muy grande y complejo.


Militares sentados en el estadio Kim Il Sung aguardan a desalojar el lugar tras el discurso de Kim Jong Un

Las crónicas se llenan de cifras e interpretaciones, y a medida que los lanzamientos se suceden, con éxito o sin él, las palabras y las frases se vuelven igual de cíclicas, porque no hay mucho más. Es difícil renovar el parque móvil de términos con los que dar una perspectiva nueva. En nuestro trabajo lo comprobamos de una forma muy sencilla: ¿No habéis caído en la cuenta de que en las noticias sobre Corea del Norte que aparecen en televisión siempre hay imágenes que se repiten? Esto ocurre hasta que la televisión norcoreana o las agencias que tienen permiso para operar allí suministran una nueva remesa de vídeos con los que ilustrar esas informaciones. Pero sucede con cuentagotas.


Éste es el público que aparece en los actos multitudinarios en Pyongyang
En el hotel todo se compraba y se vendía. La presencia de extranjeros era motivo de un comercio que acabará por desarrollarse. El sótano del hotel donde nos alojábamos en Pyongyang albergaba un casino -¡un casino!- frecuentado mayormente por clientes chinos. Los chinos comercian allí donde nadie va. Desde Canadá hasta Timor Oriental, pasando por Birmania y por mi pueblo en Sevilla. 

Militares descansando antes del desfile
Ante los ojos de los telespectadores occidentales, los líderes norcoreanos pasan temporadas detenidos en el tiempo, como una metáfora extraña de la misma parálisis a la que someten a su pueblo. Sin embargo, Corea del Norte tampoco se libra de su condición humana. Hace unos meses, Kim Jong Un aparecía presenciando un show televisivo protagonizado por chicas rockeras en minifalda y actores disfrazados de personajes que recordaban a los del universo Disney. Iba acompañado de una novia cantante y el acontecimiento se interpretó como un atisbo de apertura. 

Si Psy, un surcoreano, ha unido a la humanidad con su Gangnam Style, bien pudiera Mickey Mouse hacer otro tanto incluyendo a Corea del Norte. También puede ocurrir que el cohete que pretenden lanzar sea un éxito por fin, que los japoneses lo derriben con un misil Patriot, y que estas latitudes se transformen en un infierno.

Más fotos:

Norcoreanos volviendo a sus hogares tras haber participado en el desfile como público aclamando a su líder

Norcoreanos con trajes tradicionales saludan a la comitiva de periodistas extranjeros

Fin de festejos. El personal de cocina del hotel presenciando los fuegos artificales.

Guardia de tráfico norcoreano

El público del desfile aguarda disciplinado la orden de romper filas.

Reportero norcoreano, filmando con una cámara de cine

Militares desfilando y portando un retrato de Kim Il Sung

Pyongyang. Vista desde el hotel.

Militares en el estadio Kim Il Sung

Periodistas extranjeros fotografían a los soldados de la banda de música militar

Periodistas japoneses se fotografían junto a los militares de la banda de música

Los reporteros norcoreanos aún utilizan cámaras de cine en sus coberturas



La banda de música militar desfilando en la Plaza Kim Il Sung

Equipo de reporteros norcoreanos rodando con su cámara de cine

Tribuna en la Plaza Kim Il Sung. Desde aquí pronuncian sus discursos los líderes.

Misiles balísticos mostrados en la parada militar.


Periodistas españoles en Pyongyang

domingo, 2 de diciembre de 2012

Condenados al SIDA

Afectados de SIDA de la provicia de Hunan se manifiestan en Pekín
Emitido el día 1-12-2012
en Telediario 2 de TVE 
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Debían ser unas cincuenta personas frente al ministerio chino de asuntos sociales en Pekín. Venían de la provincia de Hunan y aguardaban en la puerta del edificio, al sol de una mañana muy fría. Desde el interior del coche hicimos unas tomas por si la policía nos impedía grabar una vez fuera. Es cosa habitual en China; los periodistas nunca son bienvenidos a las manifestaciones. En cuanto los congregados nos tuvieron a la vista, nos hicieron señas para que nos aproximásemos. Tenían ganas de hablar; cargan con historias desesperadas. Estigmatizados por las marcas de su enfermedad, una mezcla de desánimo y tristeza desoladora ensombrece sus rostros rurales. En sus manos, notificaciones con sellos oficiales y registros de sus demandas. En sus ojos, la tristeza de aquellos que saben que nunca volverán a una vida digna, y que se conforman sólo con huir de la muerte. Son enfermos de SIDA procedentes de Hunan afectados por las contaminaciones masivas de virus VIH que se produjeron en la década de los 90 a consecuencia de la venta ilegal de sangre.
 

Los manifestantes forman un corro y empezamos a entrevistar sin más prolegómenos. Apenas habían balbuceado unas palabras cuando un brazo firme me retira la cámara y dos hombres me fuerzan a salir del grupo a empujones. Entre varios policías vestidos de paisano me apartan y nos obligan a cruzar la calle a mí y a mis compañeros, la corresponsal Almudena Ariza y Chu, nuestra asistente china. En ese momento, los manifestantes reaccionan al unísono y se nos unen. Algunos increpan a los policías. Al otro lado de la calzada, tras un momento de tensión, los agentes se alejan a cierta distancia y conseguimos continuar grabando. Nos sorprende esta reacción puesto que lo habitual es que de modo tajante y brusco aparten la cámara y reclamen el carnet de prensa oficial para tomar nota de nuestras identidades y medios de comunicación. Mientras tenemos la oportunidad, filmamos todo el material posible. Se suceden los testimonios a cámara. Es gente que no espera vivir mejor, sino morir en paz, ajustando cuentas con un gobierno que les da la espalda.

En junio de 1985 se registra el primer caso de muerte por SIDA en China, un ciudadano argentino según informa The New York Times. Ese mismo año, el gobierno chino decide cerrar sus fronteras a las importaciones de sangre y hemoderivados para evitar la propagación de la enfermedad en el país. La escasez de estos productos a consecuencia de la restricción impuesta originó una fuerte demanda cuya respuesta fue la proliferación de centros de extracción en los que se ofrecía dinero a cambio de sangre. La mayoría de estos centros se localizaron en empobrecidas zonas rurales cuyos habitantes vieron en la oferta la oportunidad de reparar en alguna medida sus maltrechas economías. 


Entre 1995 y 1997, en la provincia de Hunan llegó a haber más de 200 puntos de extracción de plasma en los que muchos lugareños pasaban semanas enteras para someterse a repetidas extracciones. La sangre procedente de los individuos del mismo grupo se mezclaba sin ningún tipo de análisis previo para detectar infecciones. Luego se separaba el plasma sanguíneo y el residuo, formado por restos de diferentes procedencias, volvía a reinyectarse en los donantes con el fin de combatir la anemia producida por las repetidas extracciones. Además, en lugar de emplear material desechable, las agujas se reutilizaban sin la debida asepsia. Estas prácticas provocaron la puesta en circulación para uso clínico de sangre y hemoderivados infectados y una contaminación masiva cuyo alcance es aún difícil de estimar. Los damnificados se hallaron desprotegidos y relegados al ostracismo que en China cae sobre aquellos que critican al sistema, y sus vidas se convirtieron en una lucha para reclamar justicia.
 

Apuramos el tiempo. Tomamos algunas fotos para colgarlas en twitter, y nos despedimos. Tras alejarnos unos metros, vuelven los policías y uno de ellos graba en vídeo la identificación de prensa de nuestra traductora. No pasa de ahí la cosa. Buscamos la explicación a tanta suavidad en el trato, y atribuimos la delicadeza a los recientes cambios de la cúpula política y al supuesto nuevo espíritu que parece presidir el carácter de los nuevos gobernantes. Sin embargo, hay quienes opinan que el motivo es más obsceno. La policía no interviene con mucha determinación en las manifestaciones de enfermos de SIDA porque tienen miedo al contacto físico con estas personas. La comitiva de infectados por VIH es un ejército extraño, un espejismo de leprosería que en las calles de Pekín combina mal con el bramido de los Porsches y Ferraris tan asiduos de su asfalto.

Desde que en 1990 se creara el NAC (National AIDS Comittee), el gobierno chino no ha dejado de poner en práctica planes para la prevención y lucha contra la enfermedad. En 1998 empieza a funcionar el NCAIDS (National Center foro AIDS/STD Control and Prevention) y actualmente la voluntad de atajar la fuerte estigmatización que los portadores de VIH soportan en China se refleja en las apariciones de sus líderes en actos públicos compartidos con afectados por la enfermedad. Sin embargo, los cauces administrativos y legales necesarios que ayuden a reparar las situaciones como las descritas arriba aún topan con la lentitud de la maquinaria gubernamental y el handicap que supone la autonomía de los gobiernos locales para decidir sobre lo que ocurre en sus jurisdicciones. Esto deja muchas decisiones importantes al albur de los intereses propios de estos gobiernos más que en un contexto de legalidad común.

Anualmente se producen en China más de 90.000 manifestaciones. La estadística elimina los rostros y deja sobre el papel una definición y un número. Los manifestantes que aparecen en nuestro vídeo en breve serán también caras anónimas diluidas en la inmensidad del archivo de TVE. El tiempo no perdona y la actualidad de cualquier información queda obsoleta bajo el empuje de titulares nuevos. Sin embargo, las impresiones individuales de las personas que allí estuvimos, cara a cara, permanecen. Y llega la disyuntiva. Qué hacer. La opción más frecuente es decidir que el recorrido no va más allá de nuestro trabajo bien hecho. Pero ese pasar página inevitable deja un rastro, una ínfima cicatriz imperceptible. El lamento de una boca enmarcada en huesos bajo una piel vacía no deja indiferente. Es una decisión personal elegir en qué casos involucrarse de los cientos que pasan por la lente de la cámara. O no elegir ninguno y concentrarse en hacer bien el trabajo para contar lo que ocurre. Difícil elección.


Fuentes: (Elaboración propia, Agencia Xinhua, Organización HEART, Fundación AVERT, organización UNAIDS)