lunes, 17 de diciembre de 2012

JAPONESES

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Ishinomaki. Reloj detenido a las 3:37, hora del tsunami del día 11 de marzo de 2012

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Yoshihiko Noda dejará de ser primer ministro de Japón. Su formación, el Partido Democrático de Japón, ha perdido las elecciones. A pesar de su impopularidad, hasta hace poco las encuestas no mostraban inclinación definitiva del voto en su contra. Aunque la opinión de los japoneses no es precisamente voluble, todo tiene un límite.

Es importante tener presente el contexto en el que se forma esta opinión. El tiempo y la demoledora crisis que atravesamos han diluido de nuestras memorias no japonesas la imagen de las ciudades arrasadas por el tsunami de marzo de 2011, y luego la catástrofe nuclear. Pocas naciones hubieran soportado aquellas cifras inconcebibles de destrucción y muerte. A esto debe añadirse la recesión económica y el golpe moral tras descubrir que tanto el gobierno como los responsables de la gestión de las instalaciones nucleares dañadas fueron incompetentes y que mucho de lo ocurrido pudo haberse evitado.

Barcos varados en el centro de la ciudad de Ishinomaki
Aquellos días pasamos muchas horas recorriendo las zonas afectadas, y cada uno de esos días lo que descubríamos no dejaba de sorprendernos; tanto el profundo grado de destrucción de los edificios como el drama personal que casi 20.000 muertos y desaparecidos dejan tras de si. En este tiempo pudimos compartir momentos y conversaciones impagables con el que fue nuestro guía en aquel periplo, Gonzalo Robledo. Residente en Japón desde hace muchos años, marido, padre y abuelo de japonesas, documentalista excepcional, sus reflexiones fueron una ayuda imprescindible para empezar a entender aquel escenario tan ajeno a nuestra cultura y desarrollar correctamente el trabajo.

Nos contaba Gonzalo que el japonés es un devoto de las normas bien cumplidas. "¿Quieres ver a un japonés satisfecho? Entrégale las instrucciones explícitas que debe seguir para que todo funcione bien. Eso le hará feliz. Emplearán todo el tiempo del mundo en asegurarse de que las normas son las adecuadas, pero una vez decidido esto, nada les hará desviarse de su compromiso". Obviamente, esta sentencia simplifica mucho la complejidad de cualquier sociedad humana, pero es cierto que el pueblo japonés se puso en marcha como un reloj, se organizó, antepuso la recuperación y guardó el tiempo de duelo para el descanso tras la reconstrucción inmediata. Esto pudimos verlo a cada paso. Nadie, absolutamente, tocó una pertenencia ajena. Todos colaboraron sin fiscalizaciones ni vigilancias.

Recuerdo especialmente el día que llegamos a Minami Sanriku. Desde lejos, lo que había sido una bonita localidad costera parecía el cúmulo de escoria de un aserradero. Los preciosos edificios japoneses construidos en madera estaban reducidos a un conglomerado de astillas entre las que asomaban indistintamente la proa de alguna embarcación, el capó de un coche machacado o el fragmento de algún tejado desprendido de su casa. Eran escombros, ni siquiera ruinas. Y entre aquellos pedazos deambulaban hombres y mujeres en una inconcebible búsqueda de enseres y trazas de su vida antes de la desgracia.
Ese día supimos hasta qué punto el japonés respeta el protocolo y la cortesía. Detenidas junto a uno de los amasijos de madera triturada, dos mujeres buscaban entre los restos. Con una sonrisa en la cara nos atendieron amablemente y nos contaron que eran hermanas y que no sabían nada de su padre desaparecido, y con la misma expresión en el rostro, nos relataron como su madre pereció ante sus propios ojos. Quedamos estupefactos.
Vecina de Minami Sanriku cuyos padres desaparecieron tras el tsunami

No sabíamos si se trataba de autocontrol, frialdad, o el estado de shock tras la tragedia. Japón no es un país tercermundista en el que el hábito de la guerra y la miseria hace cotidiana la mención de la muerte. Hacía poco más de una semana, estas mujeres vivían pacíficamente en una de las sociedades más sofisticadas y civilizadas del mundo. Y ese día, tras una pérdida tan terrible, tuvieron presencia de ánimo para mostrar suficiente cortesía ante esos extranjeros que habían llegado para interesarse por su desventura.

Tal entereza no fue puntual ni aislada. Conocimos decenas de casos parecidos, familias desposeídas de todo, que en los pocos metros cuadrados que les asignaron dentro de un refugio iniciaron con enorme dignidad la reconstrucción de sus vidas. En Sendai, Niigata, en Tokio, en Ishinomaki, todos nos atendieron con sencillez y agradecimiento por nuestra presencia. Esta fortaleza se manifestó entonces en cortesía sobrepuesta al dolor de la tragedia. Imagino que se trata de la misma fuerza y determinación que hizo al pueblo japonés emprender las tristes acciones militares que lo hundieron, y que posteriormente les permitió resurgir tras ese hundimiento.

Éste es el pueblo que acaba de elegir como nuevo primer ministro a Shinzo Abe, líder del Partido Liberal Democrático. Abe ha encontrado eco en su propuesta conservadora y su campaña ha cabalgado además sobre el fervor con el que líderes más radicales como Shintaro Ishihara han encendido a los votantes. Un pueblo fuerte que amaga con abrazar ideales nacionalistas y la reformulación de su lugar en el mundo.

El desengaño y frustración prolongados pueden convertirse en una ratonera cuya única salida sea la huida hacia adelante a través de la autoafirmación nacionalista. No es un fenómeno ajeno a la historia reciente -el siglo XX es un buen ejemplo-. La incógnita es saber en qué se traducirá esta reafirmación. Hoy, los conflictos territoriales que China, Japón y Corea del sur mantienen en sus fronteras compartidas se han convertido en fenómenos mediáticos y en escaparate por tanto de la autoridad de esas naciones ante sus ciudadanos y ante la comunidad internacional. El desembarco de un puñado de activistas, cualquier insignificante victoria o derrota, se convierten en acciones aplastantes tras el paso por millones de televisores. A falta de intervenciones bélicas, la agitación social se traduce en llamadas al boicot económico hacia las empresas de una u otra nacionalidad, con el perjuicio consiguiente para todos en un sistema globalizado.

¿Cuáles son las líneas rojas que nadie debería atravesar? ¿En manos de quiénes está la prerrogativa de trazar y respetar esos límites?




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